mardi 6 juillet 2010

Fonterrabia (Hendaye – Paris)



Amanecimos en una Hendaye grisona, saboreamos un desayuno tempranero y tomamos el carro para devolverlo en la agencia del aeropuerto de San Sebastián, que está en Fonterrabía. Un ida y vuelta a España que se hace en un abrir y cerrar de ojos. El regreso a Hendaye se hace en taxi y tiene sus reglas. La carrera, y los choferes están claros de eso, se hace hasta antes de cruzar la frontera, que es el puente sobre el río Bidasoa. Bajamos del taxi en la avenida de Iparralde, cruzamos el puente, que se llama de Santiago, y caminamos hasta el hotel para recuperar bicicletas y equipajes. Las bicicletas, desmontada la rueda delantera y guardadas en una bolsa de viaje para ciclos. Del hotel Santiago a la Gare d’Hendaye, apenas doscientos metros, o un poco más?, no recuerdo, el tiempo apremiaba y nuestro tren a Paris tenía fijada su salida para las 10h05 de la mañana. El tren ya estaba en su andén cuando llegamos, marcamos los billetes y esperamos la orden de montar. El camino de vuelta se achicaba, el tren comenzó su maniobra de arranque, nosotros nos acomodamos en nuestros confortables asientos de primera clase, y el camino, el Francés, el de Compostela, el que nos llevó a Santiago, comenzó a ser historia en nuestras vidas… ©eW&cAc

lundi 5 juillet 2010

De Vitoria a Hendaye como una bala…

Nombrada así por nosotros, “la ruta de los túneles” no es otra que AP1, la autopista que nos llevó de Vitoria hasta el sitio donde se une a la E70, en las inmediaciones de Elgoibar (País Vazco). El tramo de la AP1, de máxima velocidad, atraviesa montañas de alto puerto, y macizos rocosos extensos. Los túneles, parece que nunca van a terminar, y el punto de luz se convierte en una obsesión. Pasado el intercambiador, la tarde-noche comenzó a extender su manto de azulesgrises a grisesnegros. No hubo otros huecos cavados por la ingeniera mano del hombre, aunque sí puentes sobre valles y ríos, colgados de ladera a ladera. Contorneamos San Sebastián, rodamos hasta Irún, y una vez pasada la “frontera”, casi a medianoche, detuvimos el carro frente al hotel Santiago. Hendaye estaba predestinada como “pauta nocturna” y “point de départ”. Reservamos el hotel durante la pauta en Vitoria, y advertimos que llegaríamos muy entrada la noche. El Santiago nos acogió con calma, y la calma nos transportó al más profundo de los sueños. Ni tan siquiera la pertinaz llovizna golpeando las ventanas hizo mella en aquel merecido descanso. ©eW&cAc

Pauta en Vitoria (La ciudad pintada!)



Fue durante esta pauta mientras regresábamos a Francia que descubrí “la ciudad pintada”, creación artística pública y comunitaria a través de la cual Vitoria viste sus fachadas con murales inmensos (Vitoria (La Ciudad Pintada) ). Estos murales son obra de artistas locales, y de graffiteros que expresan la vida citadina de la capital alavesa. Pero volvamos al punto de partida: Vitoria convertida en pauta en el camino de regreso. Primero encontramos a Vidal [nuestra amistad remonta al verano de 1965, cuando nuestros padres nos llevaban a “Juanfanguito”, una playa costera del norte de Las Villas], “almorzamos/comimos” con él, y más tarde nos unimos a Yolanda, y los cuatro hicimos un itinerario cultural por su casco antiguo. El reloj no tuvo consideración con nosotros y nos empujó a salir de la ciudad, gentilmente guiados hasta la autopista por mis amigos de Vitoria. ©eW&cAc

En dirección de Bilbao

Habiendo rodado, apenas unas dos millas, surge el cartel de carretera anunciando que entramos en la provincia de Cantabria. Entre el mar Cantábrico y los Picos de Europa se desplaza la carretera que nos lleva a Bilbao, y sin margen al error, rodamos evitando la circulación de la ciudad del Guggenheim ibérico. De Euskadi / Bizkaia pasamos a la provincia de Álava. Otra pauta amical que nos llenará de regocijo. ©eW&cAc

dimanche 4 juillet 2010

Pauta nocturna en Asturias







Llegamos a Muros de Nalón con la plaza cubierta por los últimos azules de la tarde asturiana. Hermosos nombres tienen los pueblos litorales que lo rodean: Cudillero, Pravia y Soto del Barco. En la desembocadura del río Nalón, San Esteban de Pravia, antiguo puerto carbonero. Desde sitios altos puede apreciarse la costa del principado. La plaza del marqués de Muros, desierta y calma. De blanco ornado de verde, el edificio de la casa consistorial, que data de finales del XIX. Casas blasonadas y palacios se alzan en Muros, como el de Valdecarzana y Vallehermoso, ambos del s.XV. La iglesia de Santa María, terminada con el dinero enviado por los emigrantes asturianos instalados en América, es de nave única con cabecera poligonal, y su torre emerge esbelta a los pies de su pórtico lateral. Para la pauta nocturna, una casa rural, típicamente asturiana, rodeada de un prado verde y matizado de hortensias. ©eW&cAc

Ruta sin pauta definida

A mitad de la tarde del domingo dijimos adiós a nuestros amigos e iniciamos la vuelta al hexágono por una ruta sin pauta definida. Bien aconsejados, quitamos La Coruña en dirección a Lugo, y antes de llegar, bifurcar e ir remontando hacia la costa, una ruta que serpentea la Costa Verde, que es color símbolo del principado asturiano. Un buen trecho ha sido rodando sobre la autovía del Cantábrico. Otro tramo, siguiendo la huella de las viejas carreteras, y que van tocando innumerables núcleos urbanos. La cinta rápida envuelve campos y cruza ríos en viaductos modernos como el de Trimaz, largo de 561m. Yo prefiero las viejas carreteras para aspirar el ambiente de los pueblitos. En las inmediaciones de A Xesta nos topamos con una bruma tarderina, peligrosa y difícil de avanzar. Poco a poco se disipó, y para entonces ya estábamos en tierras de Asturias. Elegantes puentes unen bajíos y acantilados. Sobre San Pedro de la Ribera, otro largo viaducto, y la construcción de otro mucho más alto que el primero. La tarde fue cayendo, el sol hundiéndose en las aguas del Atlántico y como por arte de magia apareció un encanto de pueblito colgado entre la costa y las ondulaciones suaves de la provincia. ©eW&cAc

Fisterra (Cabo Finisterra)



Aunque nuestro objetivo caminero estaba cumplido, colgaba de la empresa general un empeño que podía llevarse a cabo, considerando la performance de cada uno de nosotros, después de haber entrado tarde, luego de la noche de bares. Elie y yo, contando con la Peugeot rentada, habíamos hablado la posibilidad de llegar al “fin del mundo”, que casi lo es el Cabo Fisterra, la punta occidental de Europa y que se inserta como una prolongación jacobea, y complemento del Camino Francés. Evidentemente, una extensión a realizar a pie o en bicicleta, pero que nuestra limitación de tiempo no nos permitía. Justo llegar, -nos propusimos!, serpenteando la ruta costera que atraviesa promontorios y rías, deja ver hermosas playas desde lo alto de sus acantilados, y atraviesa núcleos urbanos rodeados de arenales y paradisiacos paisajes. Amaneció hermoso aquel cuatro de julio gallego y nosotros repuestos de la noche de marcha gracias a la “grasse matinée” en que sucumbieron nuestros cuerpos. En un abrir y cerrar de ojos, y bien desayunados, los dos cubanos (Arturo y yo) y el libanés (Elie) ajustaron cinturones y raudos dejaron la mole urbana coruñesa por el Cabo Finisterre. No es éste el camino de peregrinos que lleva a Fisterra y Muxía, pero lo era para nosotros. Y lo era particularmente para mí, porque hube de atravesar un núcleo urbano caro en mis recuerdos desde mi más tierna infancia: Cee. Villa y puerto de la que tantas veces oí hablar en la casa quinta de Villajosefa, al fresco del portal, las arecas despeinadas y los tomeguines de mi tío Segundo trinando. Toda la familia de mi tío había dejado Cee, allá por los años veinte, y se habían instalado en las márgenes del espirituano Yayabo, y pese a los largos años cubanos, no habían perdido el acento gallego, cuya suavidad era música en mis oídos. Al atravesar Cee, sentí una emoción profunda, y pensé en todos esos parientes, ahora convertidos en polvo, que nunca más volvieron a su terruño. Sequé mi emoción, callado, y seguí al ritmo de carretera, cuyo destino era el hito que marca el camino jacobeo en el Cabo Fisterra. ©eW&cAc

samedi 3 juillet 2010

Marcha nocturna

Ruta por La Coruña

Gentes del camino

Llegue nuestro saludo, tal como lo hicimos a todos los peregrinos que encontramos en el camino, a todas aquellas gentes, gentes de los pueblos, de nombre desconocido, gentes que conocimos, que nos guiaron en el camino, que nos mostraron una salida, que nos aconsejaron o enseñaron algo, que sólo ellos, que viven en las sombras del camino, podían enseñarnos o asegurarnos; albergueros y hospitaleros, niños pateando un balón, regalando una hermosa sonrisa, abuelas comadreando al final de la tarde, vecinos comentando la rutina del verano, mujeres en sus ajetreos, hombres faenando, mujeres también, en la huerta, barriendo un patio, detrás de un mostrador, ofreciendo amabilidad al peregrino fatigado. A los propietarios de Maya en St-Jean-Pied-de-Port, a Guillaume du gîte que bien nos aconsejó, a los primos de Valcarce, al argentino hospitalero, al brasileño alberguero, a José el reparador de ciclos de Astorga, y a quien llaman un “ángel en el camino”, José, el hospitalero de Lorca!, y a nuestra hospedera de Hontanas, su gentil hijo y su marido, gente amable y cordial; los señores de Molinaseca; el caballero de Astorga que nos guió hasta el convento de las Misioneras, y a las madres del convento!, al abuelo agricultor de Ledigos, a la hermosa chica leonesa en traje regional; a quienes cruzamos cuando amanecía o aquellos que se levantaban de la siesta para ir a la faena del campo; a los chicos del parque de La Grajera, al hacedor de varas, al vendedor de cerezas; a las comadres de Calzadilla, a los abuelos del asilo que paseaban por Burgos, a la cuidadora de la capilla de San Roque, y muy especial, a las señoras de Belorado, y a los señores también, que aquella víspera de San Juan, nos invitaron a unirnos a ellos y compartir el chocolate caliente y la hoguera en la plaza! A todos, gracias por haber sido parte del camino! ©eW&cAc


Peregrinos

Cumplido nuestro propósito de llegar a Santiago de Compostela, como peregrinos en bicicleta, a lo largo de más de ochocientos kilómetros de senderos, calles, carreteras y de camino, evidentemente, y durante trece etapas, nos resta, habiendo dicho “hasta otra vez, Santiago”, saludar a quienes como nosotros, peregrinos, caminaron, trotaron o pedalearon bajo el mismo cielo y sol. Peregrinos en busca de espiritualidad, de silencio, como sombras fatigadas, apoyados en sus varas. Tímidas miradas, labios calcinados, cabezas gachas. Buen camino. En castellano siempre, con innumerables acentos. O simplemente un balbuceo. El peregrino ya lleva algunos kilómetros andados cuando amanece y los gallos cantan en los patios de las casas. Buen camino, y ánimo!, agregan aquellos que descubren el cansancio en nuestras piernas. Peregrinos que sonríen a mi lente. Otros que caminan al oeste, siempre al oeste, y quedan en mi recuerdo, caminando, para toda la vida… El peregrino violinista, amenizando las tardes bochornosas a la entrada de los albergues; la coreana curiosa, el barcelonés malhablado, los ingleses descalzos, aquellas dos simpáticas españolas; la francesa de la casa rural, el polaco de ojos asustados, los eslovenos ciclistas bebiendo un tempranillo a la sombra en Ventas de Narón; las madrileñas, madre e hija, haciendo otra etapa; la pareja de franceses de Nyons, también ciclistas; y el grupo de jinetes, que dejamos de ver en nuestra última etapa; y aquel gentil japonés, el encontrado en Pereje!, el trío de muchachos, los del puente romano en Valcarce, y la inglesita que subía la cuesta de Foncebadón a un ritmo magistral!, el grupo de colegiales de Andalucía, alegres y bonachones; la pareja de australianos y el brasilero; las dos americanas pasaditas de peso, sufriendo del calor y extenuadas, el coreano de paso ligero, las infatigables holandesas, café y vino en el almuerzo del mediodía!, los alemanes con quienes compartimos un café mientras esperábamos un recalmón de la lluvia; los italianos Marco y Gilberto, ciclistas y excelentes cocineros, maestros del risotto que comimos en Lorca!, el grupo de vascos y los muchachos de Lugo, bicicleteros y cordiales compañeros de ruta! A todos, gracias por haber sido parte del camino! ©eW&cAc


Santiago, dédalo de callejuelas…











…y a cada paso un muro, una puerta, una fachada, un edificio a contemplar, un interior a escudriñar. Hice un aparte a la huella de San Roque en la ciudad compostelana. Necesitaría el triple de mi tiempo para echar a volar el recuerdo y escribir en este camino virtual todo aquello que resulta interesante a los ojos de un peregrino, ávido de historias, y de piedras que la sostengan. El trazado urbano que nos lleva a la catedral, y luego perderse en el laberinto de calles, es, sin exagerar, un museo viviente. Evocadores nombres de calles, y entre ellos, aquel que me hace recordar a nuestra ciudad, la ciudad de Marta: Santa Clara. En la Rúa de Santa Clara, dos conventos, el convento do Carme, y el de Santa Clara. Capillas, iglesias, seminarios, conventos y monasterios, al final de una travesía, en el recodo de una “praza”. Parques y plazas. Hemos disfrutado de la Praza do Obradeiro, de Praterías, da Inmaculada. Otras de pasada, algunas sin detenernos: la plaza de Galicia, Roxa, do Toural, la de Cervantes, y da Quintana. El patrimonio santiaguino es un largo inventario de nombres e historia. Una ciudad a no faltar, si se tiene tiempo y la curiosidad los empuja hasta el embrujo. Las casas, palacios y plazas, lo descubrirán si hacen el camino hasta la casa de Santiago. Les muestro algunas fachadas de edificios religiosos. ©eW&cAc

La ciudad compostelana y San Roque






Santiago de Compostela es como un gran museo que vive al ritmo de sus habitantes y de los peregrinos que tocan a sus puertas. Un museo con salas exteriores e interioridades que cada cual sabe cómo llegar, perderse y volver a salir de sus galerías archiplenas de historias. Interesado por la ciudad compostelana, intenté caminarla en todas direcciones en el estrecho margen de tiempo que va de la llegada a la ciudad al adiós que impone la partida. Interés particular tuve en caminar hasta la sobria Praza de San Roque. Modesta, tranquila, fuera del bullicio del corazón compostelano. San Roque es calle además de plaza, verde jardín que se extiende entre la rúa das Rodas y la de Valle Inclán, es iglesia y fue hospital de amparo para aquellos marcados por las heridas de la pobreza. El hospital, del s.XVI, renacentista, severamente transformado hacia el XVIII, fue fundado por orden del arzobispo compostelano Francisco Blanco en 1578. Del edificio original sólo queda la portada, obra de Gaspar de Arce. La iglesia, de planta rectangular, fue levantada más tarde, en el XVIII; es de factura barroca y conserva uno de los retablos más notables de Simón Rodríguez. ©eW&cAc