samedi 19 juin 2010

Los caminos para llegar a Santiago de Compostela


No pretendemos situarnos en posición de conocedores de la historia compostelana, conocemos poco, más bien aquello que ha llegado a nuestras manos desde que la empresa de hacer el camino la hubimos decidido. Nos permitimos algunas consideraciones porque sabemos que muchos amigos y familia que visitarán la bitácora, tienen confusiones respecto a cuál es el camino, o los caminos y muchas otras dudas, que intentaremos reparar a lo largo del recuento. Existe una Guía del peregrino, atribuida a Aymeri Picaud, un canónigo de Parthenay, que explica las rutas existentes hacia 1140, es decir, aquellas que atraviesan Francia. Considerando lo que indica el canónigo, para llegar a Saint-Jacques de Compostelle, los peregrinos tenían cuatro vías: la de Paris y Tour, que pasan por Bordeaux y Dax; la de Vézelay, que pasa por Limoges, Mont-de-Marsan y Orthez; una de las más hermosas, la de Puy-en-Velay que pasa por Conques, Moissac, Aire-sur-l’Adour y Navarrenx; y una cuarta vía, la de Arles y St-Gilles que pasa por Saint-Guilhem, Toulouse, Auch y Oloron. La ruta de Arles al llegar a Canfranc, se convierte en el “Camino Aragonés” hasta Puente la Reina. El de Tours, el de Vézelay así como el de Puy, convergen en Roncesvalles, y desde allí se forma el “Camino Navarro” que pone término, como el aragonés, en Puente la Reina. Y es a partir de Puente la Reina, que se define como tal el único camino, que se conoce como “Camino Francés”. Vale aclarar que antes de la Reconquista, los primeros itinerarios se hacían desde Oviedo, entonces capital de los reinos cristianos de la península, razón por la cual existe “la ruta de la costa” que va por el norte y que con el avance de la Reconquista fue desplazándose hacia el “sur”. De manera que nosotros, al iniciar el camino en Saint-Jean-Pied-de-Port, no hicimos otra cosa que seguir la ruta navarra para emprender el Camino Francés, en Puente la Reina. Les muestro un mapa con el camino recorrido por nosotros. ©eW&cAc

Zazpiak bat, gîte d’étape

Nuestro primer “albergue” lo reservamos llegando a Saint-Jean-Pied-de-Port. Podíamos haber andado y desandado su centro y estoy seguro que la gestión personal hubiera sido fructífera. Sin embargo, al preguntar en el buró de turismo, la muchacha gentilísima se ocupó de la búsqueda y nosotros tranquilos. Nos entregó mapa e indicaciones para llegar. Cruzar el Pont Neuf sobre el Nive, en la rotonda de la plaza Floquet, tomar la calle de Zuharpeta y al llegar a la Porte d’Espagne, tomar a la derecha justo donde está el colegio Mayorga, siempre subiendo una cuesta, hasta internarse en el barrio por la calle del Mariscal Harispe. El techo rojo es inconfundible. Pero todos los tejados son rojos, y todas las casas están pintadas de blanca, ah, pero el camino por donde se llega a Zazpiak bat (http://www.gite-zazpiak-bat.com/ ) es único y no hubo pérdida. El “albergue”, que me suena más bonito como “gîte” en francés está ubicado en un sector privilegiado del pueblo, en una colina desde la cual el paisaje se pinta de todos los verdes capaces de inventarse sobre la tierra, verdes azulados delineando las montañas, verdes ahumados y verdes neblinosos. Desde la terraza del albergue pueden verse también los muros y techos de la Citadelle. Al levantarnos, nos recibió el patrón de la casa, Guillaume, que amablemente nos acompañó para servirnos el desayuno, al cual agregamos desde ese día nuestra porción individual de sopa miso japonesa, a base de soja, bonito y algas, complemento rico en proteínas para quienes se preparan a comenzar el camino. Fue una suerte conocer a Guillaume Pepé, fino conocedor de los vericuetos del camino, que no tardó ni vaciló en darnos los consejos necesarios para llevar a bien nuestra espiritual y cultural empresa. Se lo agradecemos, y mucho, y aquí van en forma de blog nuestras gracias en libanés, español, francés, y por supuesto, en vasco! Dejamos la casa por su camino de tierra rojiza y seguimos las indicaciones trazadas por Guillaume en un minúsculo trozo de papel. Así comenzó nuestra primera etapa en dirección a Santiago de Compostela. ©eW&cAc
©eW&cAc

A los pies de Roncesvalles

Saint-Jean-Pied-de-Port, que en vasco se llama Donibane Garazi, debe su nombre al hecho de estar enclavado en la base del puerto conocido como Roncesvalles. Nos escurrimos en el pueblito bañado por el Nive, después de habernos ubicado en una casa rural de las afueras. Caminar por sus calles es remontar el tiempo y comenzar a respirar los aires del camino a Santiago. Locales y peregrinos pasean por la pintoresca calle de la Citadelle. Subimos la cuesta y nos presentamos en el centro de acogida de peregrinos. Gente amable. Y al saber nuestros orígenes, la simpatía no se hace esperar. Lo de la simpatía me choca, no creo que los cubanos tengamos nada especial que haga a los otros demostrar simpatía. Pasa que es raro ver cubanos haciendo el camino, como constató Elie, que pocos libaneses emprenden la ruta Jacobea. En el centro elegimos una concha y dejamos un donativo. Y al ser Saint-Jean-Pied-de-Port nuestra primera etapa peregrina, sellamos la credencial. El pueblo es hermoso con un fondo de montañas pirenaicas que cortan la respiración. Atravesamos la Porte de Navarre y reparamos las casas típicas que se alinean después del camino de ronda. Al terminarse la calle de la Citadelle, la Porte St-Jacques. La Citadelle lleva el sello de Vauban. El hambre nos recuerda que ya es hora de sentarse en una mesa y comer. Pero antes de hacerlo entramos en Notre-Dame-du-Bout-du-Pont, con su flamante oculus y su portal a columnatas del siglo XIV. El Nive furioso y afangado pasa bajo el pont Notre-Dame justo al lado de la iglesia. Subimos nuevamente la cuesta de la Citadelle habiendo reparado un restaurante, y volvimos a bajarla en su empedrado andar para terminar sentados en Chez Edouard. Nuestro primer menú peregrino lo disfrutamos como si lleváramos tres meses sin probar bocado. La fuente de sopa, bien apreciada por Elie, desapareció como por encanto. De la botella de vino francés no quedó más que una invisible gota caída sobre la mesa. La tarde noche se antojaba fresca y una nube al pasar dejó una larga llovizna. Al amainar, decidimos entrar a nuestra habitación de Zazpiak bat. ©eW&cAc.




©eW&cAc

Bayonne – Saint-Jean-Pied-de-Port



El trayecto a la capital de Baja Navarra fue como un desplazamiento en tobogán bajo un cielo negruzco anunciando lluvia. Las nubes bajas tocan los tejados rojos, esbeltos sobre blancas fachadas. Carpintería roja en los ventanales. Detrás, la silueta en lontananza de los Pirineos. El tobogán da vueltas, se escurre entre el verde húmedo de la región, penetra en pueblitos con nombres en vasco difíciles de retener, serpentea el Nive revuelto por laslluvias caídas, atisba la cinta de agua que se enrosca por toda la carretera y termina en Saint-Jean-Pied-de-Port.

Nosotros nos preguntamos si volvíamos a preguntar al chófer si conocía un atelier para reparar bicicletas. En efecto, el chófer conocía, y cuando detuvo el autocar en el término, al vernos bajar nos dijo, sigan conmigo que yo los dejaré en la avenida du Jaï-Alaï, donde está el taller. Su gentileza nos tocó sobremanera. El comercio es una tienda deportiva que alberga el taller de bicicletas. “MAYA SPORT” fue como una bendición en el camino. Dejamos la Gazelle d’Elie en manos de Jean Harretche y fuimos al buró de turismo para interesarnos a nuestro hospedaje. Una vez hecha la gestión, hicimos un primer paseo por el centro, ubicamos el centro de recepción de peregrinos, y volvimos a Maya* para recuperar la bicicleta de Elie. La tienda se convirtió en refugio de mi bicicleta y de las alforjas y mochilas. Al llegar, nos esperaban Marc y Jean para decirnos que había un problema, algo raro pasaba con el manubrio de la Gazelle. El manubrio fue una preocupación wakimniana casi desde el mismo momento de la compra. Mi amigo sentía un juego inhabitual por un manubrio y aquello lo consternaba. Escuchamos a Marc y a Jean, y aceptamos que hicieran el trabajo que mejor conviniera a la bici. Esperamos la Gazelle, como cuando se espera en la antesala el término de una operación quirúrgica. Y salió del taller la bicicleta dando ruedazos y saltando satisfecha. Tanto Marc, que es el propietario de MAYA SPORT, su esposa, y Jean, que tuvo entre sus manos la Gazelle, como ya habíamos reparado en el chófer, nos permitieron confirmar que los vascos son ultra gentiles y simpáticos, acogedores y buenos huéspedes. Dijimos adiós, y enfilamos por la ruta que atraviesa el pueblo, cruza el Nive y subimos la cuesta que nos llevó a Zazpiak bat, nuestro albergue de etapa. ©eW&cAc

*MAYA SPORT (Maya Marc)

KIROL TEKNIKALARIA

18, av. du Jaï-Alaï

64220 St-Jean-Pied-de-Port

Bayonne

Primera gran pauta en el camino que pronto comenzaremos a andar y desandar. Cielo cubierto, una tranquilidad morosa, la estación casi vacía. Apenas ha cambiado el ambiente bayonés que envuelve la Gare. Recuerdo que es el mismo cielo tímido azul gris que me recibió en el 96, cuando llegué a Bayona en un tren nocturno procedente de Avignon. Salí de la Gare y constaté que el Paris-Madrid, el hotel donde paramos aquella vez, todavía está en pie, ahora con su fachada enlucida. Asegurado que estaba en Bayona, propuse a Elie movernos en función de la continuación de viaje. Mala noticia: desde hace seis meses, no funciona el tramo ferroviario que une Bayonne con St-Jean-Pied-de-Port. Un autocar hace el trayecto, y no podemos perderlo, pues el último sale a las 15h09. Nos dividimos las tareas. Elie se ocupa del equipaje y yo voy a comprar los billetes. De paso se me ocurre que puedo recuperar los billetes que nos regresarán a Paris, pero desde Hendaye, el 6 de julio. Una preocupación menos. Ahora se impone aquella de buscar un taller de bicicletas cerca de la estación. Le pregunto a un ciclista que entra a la Gare. Elie carga con su Gazelle, atraviesa el puente St-Esprit que cruza el río Adour y busca el taller de marras. No lo encuentra. Puede que también esté cerrado por ser fin de semana. Decepcionado vuelve a la estación, la Gazelle echada al hombro. No obstante, la búsqueda del atelier le permite mirar Bayona más allá de la estación. Intentamos dejar imágenes en nuestros aparatos. La iglesia Saint-Esprit, edificada sobre las ruinas de un priorato romano muestra sus hermosas bóvedas góticas orneadas de medallones propios al estilo flamante de la época. Fachadas blancas con ventanas azules, rojas, el reloj de la estación en la torre de la izquierda, y por supuesto, el Paris-Madrid. Almorzamos. Saboreamos nuestro “almuerzo” como el resto de los viajeros sentados en la sala de espera. Una pareja de seniors alemanes, una francesa octogenaria leyendo mientras devoraba su sándwich, un joven con bastón y pesada mochila, futuro peregrino, evidentemente inglés, otras gentes, y el café de la Gare, desierto…Llegó el momento de montar al autocar, el chófer con campechana sonrisa nos abrió el maletero, y ante la amabilidad a flor de piel, osamos preguntarle si conocía un taller de reparación de bicicletas en Saint-Jean-Pied-de-Port. ©eW&cAc


Paris – Bayonne

Anunciado el tren en el andén N° 1, y saltar como un resorte fue la misma cosa. Nos vimos envueltos en la marea humana que como nosotros se dirigía al mismo andén. Dos trenes. Uno TGV y el otro iDTGV (www.idtgv.com ). Pasamos el chequeo de viajeros y subimos a nuestro coche en 2da clase. iDTGV 2967. Felizmente los asientos no estaban dispuestos en la dirección contraria al desplazamiento. Départ à 07h10. Como fatigado sin aún haber apenas rodado, el tren fue saliendo de la Gare Montaparnasse. Al dejar la estación, se vio libre de techos y pudo sentir la fina llovizna que del cielo aplomado caía parsimoniosamente. La llovizna hizo el milagro de despertar la máquina que poco a poco fue ganando en velocidad y kilómetros en dirección al sudoeste. Campos amarillos, terracotas, verdes. Infinidad de pueblitos con sus torres y campanarios, techos rojizos, altos, a dos aguas, apizarrados, sucediéndose a lo largo del camino de hierro, a distancia prudencial. Tours, Poitiers, atravesados sin detenernos. Luego tocó el turno a Burdeos, con la altiva aguja de la catedral Saint-André, la Torre Pey-Berland y los imponentes inmuebles de una ciudad rica favorecida por sus renombrados vinos, que la hacen considerar por muchos como la capital mundial del tinto. Cruzamos el Garonne, y el tren se detiene unos minutos en la Gare de Bordeaux St-Jean. Viajeros que bajan, unos pocos suben. A la parada siguiente, Dax, que siempre me ha parecido triste y apesadumbrada, ya estamos en tierras de Landes. El paisaje de pinos marítimos no desaparece nunca, y es el macizo boscoso más grande de Europa occidental. La velocidad reducida al máximo, un leve chirrido, la voz anunciando Bayonne, el reloj de la Gare marcando dieciséis minutos pasado el mediodía. Cuatro horas y seis minutos desde la capital francesa a Bayonne, ciudad vasca de los Pirineos del lado del Atlántico. ©eW&cAc

Paris, à la Gare Montparnasse

El billete de tren de Paris a Bayonne fue reservado casi desde que decidimos hacer el camino, pues no puede dejarse para última hora. La hora de salida del tren nos obligó a un madrugonazo fastidioso. Un viaje tiene sus reglas, y no se juega con ellas. 03h45 de la madrugada. El barrio dormía mientras nosotros nos agitábamos con la preparación del desayuno, responder par de mails a la velocidad de la luz, chequear todos los documentos y bajar silenciosamente las escaleras enceradas de mi edificio, que chirrean cuando caminamos normalmente, qué podíamos esperar al bajar dos bicicletas enmaletinadas, y volver a subir y bajar con el resto del equipaje. Del 59 de mi calle al metro, la fatiga fue vencida por el aire fresco de la tranquilidad parisina. Ni un alma en la calle, y ya eran las 05h30 de la mañana. Dos agentes de la RATP comenzaban a preparar su jornada. Pedimos abrir el portillón para pasar con las bicicletas en sus bolsos y fue como si agrediéramos a la empleada. Digamos que estaba de mal carácter, como buena parte de los agentes de la RATP, que olvidan las reglas de cómo trabajar con el público. Tomamos el primer tren que hace parada en La Fourche. Felizmente no venía atestado como otras veces a esa hora. Luego las escaleras, el pasillo y otra vez las escaleras para llegar al nivel de la Gare de Montparnasse. Para evitarnos troques de última hora, nos presentamos a una empleada joven para preguntarle si nuestra carga y par de bicicletas todo estaba en regla. Asintió la muchacha y fue entonces que respiramos. La Gare bullía a esa primera hora de la mañana. Faltaba que fijaran en las pantallas, el andén de nuestro tren. ©eW&cAc