mercredi 23 juin 2010

Víspera de San Juan en Belorado

Seguía el sol dorando los techos de Belorado, ya al atardecer, cuando hicimos alto en el cartel que anunciaba el final de un día lleno de satisfacciones. El camino se hace Calle Mayor y por ella se llega a la castellana plaza del mismo nombre, recurrente en media península. Belorado, a los pies del desaparecido castillo cuyas ruinas miran la iglesia a sus pies, también Mayor, pero Santa María. Lo primero que hicimos fue sellar la credencial, en un albergue de peregrinos de la calle Mayor. Intentamos reposarnos en una casa rural; en la primera, no había capacidad, en la segunda, nadie respondió. El reposo lo encontramos en el hotel Jacobeo. Excelente prestación de servicios, la chica que nos recibió, encantadora, la que nos despidió al día siguiente, un poco huraña. El pueblo andaba de fiestas ese miércoles, víspera de San Juan. Paseamos en redondo la plaza Mayor y tuve un pelín de nostalgia por la que también fue Mayor y que es corazón de mi pueblo, el de Marta. Soportales y agradables terrazas.

Un enjambre de viejos paseándose por la plaza, niños corriendo, otros saltando, -se siente la vida, me dijo Elie, que no salía de su asombro y contentura. Belorado tuvo dos hospitales de peregrinos y nueve iglesias en el Medioevo. Solo quedan dos y a ellas nos fuimos. La de San Pedro, frente a la plaza Mayor, cerrada. Mirando las maderas de sus aleros, un hombre del pueblo, que luego supimos que era un artesano de la madera, descubrimos el porqué eligen el chopo para esos trabajos. Por un lateral en dirección a la plaza, tres señoras nos interpelaron, -no gasten material con nosotras, dijeron, simpáticas las casi octogenarias, que ensartaron una y otra conversación con nosotros y hasta nos invitaron a estar para el chocolate en la plaza, a las 10 de la noche. Asentimos, nos despedimos y seguimos a la iglesia de Santa María la Mayor, de tres naves y cuatro capillas, reconstruida en 1910 siguiendo una factura neogótica. La espadaña, hermosa, denota un profundo clasicismo.


El padre, un personaje simpático e interesante, nos invitó a descubrir mucho más que la capilla jacobea con su rico retablo del siglo XVI. El Santiago peregrino y el Santiago Matamoros, se aprecian en el retablo renacentista esculpido en la piedra, martirios y milagros narrados en bajo relieves. Nos preguntó si habíamos entrado a la iglesia de San Pedro, y ante la negativa nuestra, nos dijo, -si esperan un cuarto de hora les abro la puerta para que no se vayan sin visitarla. Y allí nos dio, como en la suya, un curso de historia del arte hilvanado con historia de la religión, sin que faltara la oralidad y tradición pueblerina mezclada al arte.


Terminada la visita, ofrecimos un copioso menú peregrino a nuestros abandonados estómagos. El recién estrenado verano ofrecía un cielo límpido tocado de luna envuelta en azul nocturno. La meseta es fría, y un cierto frescor se nos coló en los huesos. Nos reunimos con las tres señoras, que a su vez nos presentaron a otras simpatiquísima damas, y a dos o tres empedernidos solterones ya pasados de los 70, pero transpirando una alegría y un deseo de vivir, como poco se ve en otros lugares. Chocolate caliente y pan para mojar. No lo despreciamos, y hasta repetimos, conversamos y dejamos constancia de aquella reunión de dos extranjeros subyugados por la altiva presencia de quienes podían ser nuestros padres, tíos y abuelos. Asistimos a la hoguera encendida en la plaza, pero no esperamos San Juan, nuestros cuerpos estaban fatigados por la larga etapa terminada. ©eW&cAc

De La Rioja a Castilla, de Grañón a Redecilla



Ya próximos a Grañón, volvimos la mirada atrás, y sorprendidos, captamos la torre exenta de la catedral, Santo Domingo de la Calzada mitigando el bochorno de la tarde con una larga siesta riojana, desprovista de sustos y enredada en sueños. A uno y otro lado del camino, los campos sembrados, y como las amapolas, vencidas por el cansancio, nosotros pedaleando y algún que otro peregrino haciéndose empujar por un viento invisible apenas con fuerza para sostener el bastón mientras avanza… Grañón fue un adiós desde el camino, un adiós a La Rioja, por ser el último pueblo de la comunidad, en la dirección que llevamos.

Apenas traspasada la línea que separa La Rioja de Castilla & León, aparece el primer pueblo burgalés: Redecilla del Camino. Evidentemente, estamos en tierras del Cid, y nos lo recuerda la valla que anuncia la provincia de Burgos. En la puerta del pueblo, a la espera de nosotros, de los otros, de todo el que pase, el buró de turismo. La muchacha nos congratula con prospectos y explicaciones, nos sella la credencial y nos incita a visitar la parroquial de Santa María, -para que aprecien la pila románica, nos dice. Al salir del buró, vemos al peregrino iluminado que tocaba el violín en Navarrete, siempre descalzo, vestido con su atuendo en “tela de saco de harina”, ahora acompañado de un gillet fosforescente para hacerse ver por los automovilistas. Parqueó su bici, se dirigió a la fuente, se persignó y tomó del agua fresca imprescindible a los peregrinos. Esperamos que continuara su camino, entonces hicimos nosotros lo propio. Y como siempre, la Calle Mayor, solitaria, con sus viejas casonas, a veces un tanto abandonadas, expuestas al mediodía soleado y castellano.


Entramos en la parroquial, de austeros muros y esbelta torre campanario. Verdaderamente impresionante la pila baustimal, de factura románica, como una “redecilla” entretejiendo minaretes, torres, galerías y arcadas de un château-fort profundamente mozárabe. Detrás, como guardiana de la pila, la virgen. En la nave central, la blancura de la bóveda hacía resaltar el retablo mayor y los otros altares, luciendo barroco tallado. Y para llegar a Belorado, el camino se hizo largo y cuestuoso. Próximo a Castildelgado, pueblito donde está enterrado el obispo Gonzalo Gil Delgado, en la iglesia de San Pedro, se alza el Cerro Cruz, desde la altura atisbamos los tejados de Viloria de Rioja y un poco más adelante, Villamayor del Río. En lontananza, picos de apreciable altura como el Cabeza Alta, que pasa los 1000 m y el Solana de la Casa, aún más elevado, entre los dos, el arroyo del Valle, y después, el suave descenso al pueblo donde haremos etapa: Belorado. ©eW&cAc

Un santo protector, un burgo dotado de fuero y una catedral…


La barroca torre no adosada de la catedral nos confirmó la llegada a Santo Domingo de la Calzada. Dicen que es la más bella de La Rioja. Hay que apreciarla, y sin dudas, es bellísima. Lo confirmarán. En el pueblo del santo protector de los peregrinos pasamos un buen momento. Llegamos rayando la una de la tarde y lo dejamos casi a las cuatro. En la calle Mayor entramos a Nuestra Señora de la Anunciación, monasterio cisterciano y albergue de peregrinos, cuya iglesia fue concebida como una cruz latina. Allí sellamos la credencial y nos dispusimos a buscar sitio para almorzar.


En la plaza de la Alameda, larga de unos cien metros y bordeada de soportales sostenidos por columnas de madera, encontramos el Mesón del Abuelo. Nos sentamos en la sala, pues la terraza era un horno encendido, y almorzamos un menú peregrino que empujaba a una siesta en un sitio sombreado de la Alameda. Elie no perdió tiempo en ubicar banco y sombra, y yo, como el descanso no me reconforta, y si la curiosidad, avancé por las callejuelas próximas a la Plaza de la Alameda. Terminada la siesta y mi promenade, nos avanzamos a la Plaza del Santo, corazón emblemático de la villa, y rodeada de un conjunto urbano apreciable.


El antiguo hospital de peregrinos es hoy un Parador Nacional. A un costado de la plaza, la catedral, al otro, la ermita de N.S. de la Plaza y entre ambas, la torre barroca. La ermita, un edificio gótico de XVI, muestra una fachada barroca del XVIII. La Virgen está colocada en una hornacina situada debajo del campanario. Lo primero que se aprecia de la catedral es su ábside romano y los modillones. Evidentemente, la torre barroca de 70 m de altura y los dos pórticos, uno al sur, con un gran arco abrigando estatuas en nichos y óculos circulares; y otro, al este, de fines del XIII, perteneciente a la transición romano gótica. La torre, que es la más alta de La Rioja, posee ocho campanas y un reloj. Terminada la pausa riojana, montamos las bicicletas y buscamos la salida del pueblo. A la salida nos topamos con otro Parador, ubicado en el convento de San Francisco, de estilo herreriano. El sol sigue alto, la pauta ha sido extensa y el camino por andar (pedalear) es todavía importante… ©eW&cAc