dimanche 4 juillet 2010

Pauta nocturna en Asturias







Llegamos a Muros de Nalón con la plaza cubierta por los últimos azules de la tarde asturiana. Hermosos nombres tienen los pueblos litorales que lo rodean: Cudillero, Pravia y Soto del Barco. En la desembocadura del río Nalón, San Esteban de Pravia, antiguo puerto carbonero. Desde sitios altos puede apreciarse la costa del principado. La plaza del marqués de Muros, desierta y calma. De blanco ornado de verde, el edificio de la casa consistorial, que data de finales del XIX. Casas blasonadas y palacios se alzan en Muros, como el de Valdecarzana y Vallehermoso, ambos del s.XV. La iglesia de Santa María, terminada con el dinero enviado por los emigrantes asturianos instalados en América, es de nave única con cabecera poligonal, y su torre emerge esbelta a los pies de su pórtico lateral. Para la pauta nocturna, una casa rural, típicamente asturiana, rodeada de un prado verde y matizado de hortensias. ©eW&cAc

Ruta sin pauta definida

A mitad de la tarde del domingo dijimos adiós a nuestros amigos e iniciamos la vuelta al hexágono por una ruta sin pauta definida. Bien aconsejados, quitamos La Coruña en dirección a Lugo, y antes de llegar, bifurcar e ir remontando hacia la costa, una ruta que serpentea la Costa Verde, que es color símbolo del principado asturiano. Un buen trecho ha sido rodando sobre la autovía del Cantábrico. Otro tramo, siguiendo la huella de las viejas carreteras, y que van tocando innumerables núcleos urbanos. La cinta rápida envuelve campos y cruza ríos en viaductos modernos como el de Trimaz, largo de 561m. Yo prefiero las viejas carreteras para aspirar el ambiente de los pueblitos. En las inmediaciones de A Xesta nos topamos con una bruma tarderina, peligrosa y difícil de avanzar. Poco a poco se disipó, y para entonces ya estábamos en tierras de Asturias. Elegantes puentes unen bajíos y acantilados. Sobre San Pedro de la Ribera, otro largo viaducto, y la construcción de otro mucho más alto que el primero. La tarde fue cayendo, el sol hundiéndose en las aguas del Atlántico y como por arte de magia apareció un encanto de pueblito colgado entre la costa y las ondulaciones suaves de la provincia. ©eW&cAc

Fisterra (Cabo Finisterra)



Aunque nuestro objetivo caminero estaba cumplido, colgaba de la empresa general un empeño que podía llevarse a cabo, considerando la performance de cada uno de nosotros, después de haber entrado tarde, luego de la noche de bares. Elie y yo, contando con la Peugeot rentada, habíamos hablado la posibilidad de llegar al “fin del mundo”, que casi lo es el Cabo Fisterra, la punta occidental de Europa y que se inserta como una prolongación jacobea, y complemento del Camino Francés. Evidentemente, una extensión a realizar a pie o en bicicleta, pero que nuestra limitación de tiempo no nos permitía. Justo llegar, -nos propusimos!, serpenteando la ruta costera que atraviesa promontorios y rías, deja ver hermosas playas desde lo alto de sus acantilados, y atraviesa núcleos urbanos rodeados de arenales y paradisiacos paisajes. Amaneció hermoso aquel cuatro de julio gallego y nosotros repuestos de la noche de marcha gracias a la “grasse matinée” en que sucumbieron nuestros cuerpos. En un abrir y cerrar de ojos, y bien desayunados, los dos cubanos (Arturo y yo) y el libanés (Elie) ajustaron cinturones y raudos dejaron la mole urbana coruñesa por el Cabo Finisterre. No es éste el camino de peregrinos que lleva a Fisterra y Muxía, pero lo era para nosotros. Y lo era particularmente para mí, porque hube de atravesar un núcleo urbano caro en mis recuerdos desde mi más tierna infancia: Cee. Villa y puerto de la que tantas veces oí hablar en la casa quinta de Villajosefa, al fresco del portal, las arecas despeinadas y los tomeguines de mi tío Segundo trinando. Toda la familia de mi tío había dejado Cee, allá por los años veinte, y se habían instalado en las márgenes del espirituano Yayabo, y pese a los largos años cubanos, no habían perdido el acento gallego, cuya suavidad era música en mis oídos. Al atravesar Cee, sentí una emoción profunda, y pensé en todos esos parientes, ahora convertidos en polvo, que nunca más volvieron a su terruño. Sequé mi emoción, callado, y seguí al ritmo de carretera, cuyo destino era el hito que marca el camino jacobeo en el Cabo Fisterra. ©eW&cAc